Bioética del Futuro en un punto azul pálido
By Mg. Giovanni
A. Salazar V
Desempolvando al mítico Carl Sagan en su libro noventero El
mundo y sus demonios, cerca de las tres de la madrugada, resuena en mi
mente el eco de su voz… “En el vasto escenario del universo, nuestro planeta
es un diminuto punto azul pálido suspendido en la oscuridad infinita…”
Jajaja, muy típico de la serie Cosmos.
Sin embargo, y siguiendo ese tono de asombro y reflexión, en
este rincón del cosmos hemos logrado algo extraordinario: desentrañar los
secretos del ADN, diseñar organismos que desafían los límites de la biología, e
incluso comenzar a integrar tecnología directamente en nuestros cuerpos. Somos
una especie capaz de imaginar, crear y modificar la vida misma. Pero con esta
capacidad, surgen preguntas que no
pueden responderse únicamente con ecuaciones o experimentos de laboratorio.
Estas preguntas constituyen el corazón de la bioética
contemporánea, un campo que se sitúa en la frontera entre la ciencia, la
filosofía y las humanidades, siempre observadas desde este pequeño punto azul
pálido que llamamos hogar.
Los milagros y el riesgo de la biología sintética
Imaginemos un futuro donde diseñamos organismos para limpiar
océanos contaminados, producir alimentos de manera sostenible o incluso curar
enfermedades genéticas. La biología sintética nos ofrece estas posibilidades.
Sin embargo, los horizontes éticos parecen esfumarse.. ¿Cómo aseguramos
que estos organismos no alteren ecosistemas de manera irreversible? ¿Quién
decide qué se debe modificar y por qué?
Peter Singer, filósofo y bioeticista, ha argumentado que la
capacidad de modificar la vida nos obliga a considerar las implicaciones éticas
de nuestras acciones. No basta con preguntarnos si podemos hacerlo; debemos
preguntarnos si debemos hacerlo.
Supongamos que un laboratorio desarrolla una bacteria capaz
de degradar plásticos en los océanos. Por un lado, podría salvar miles de
especies marinas y reducir contaminación. Por otro lado, si se libera sin
control, podría alterar cadenas alimenticias enteras, afectando ecosistemas y
biodiversidad. La biología sintética es un recordatorio de que la ciencia tiene
un doble filo: un poder infinito y una responsabilidad igualmente infinita. En términos
bioéticos, pues seguimos en nuestro montaña rusa de los dilemas.
Conectados y vulnerables, mediante la digitalización
de nuestro cuerpo
Si la biología sintética modifica la vida fuera de nosotros,
la digitalización del cuerpo humano la transforma desde adentro.
Implantes que regulan el ritmo cardíaco, lentes que mejoran la visión o
interfaces cerebro-computadora que permiten controlar dispositivos con el
pensamiento abren un nuevo horizonte.
Pero con cada avance surgen preguntas inquietantes:
- ¿Qué
significa ser humano cuando nuestros pensamientos pueden almacenarse en
servidores?
- ¿Quién
controla la información que nuestros cuerpos generan?
- ¿Estamos
perdiendo autonomía al depender de dispositivos que nos monitorizan
constantemente?
Sherry Turkle advierte sobre la paradoja moderna: más
conectividad, pero menos conexión auténtica. Mientras nuestras mentes se
expanden hacia redes digitales, corremos el riesgo de perder contacto con
nuestra propia experiencia y con las relaciones humanas genuinas, nos estamos
diluyendo de lo humano y generando un Homo Deus, auto modificado como lo describe
Harari.
Los estudiantes universitarios, por ejemplo, enfrentan
dilemas actuales: aplicaciones que monitorean su actividad cerebral y patrones
de estudio podrían mejorar el aprendizaje, pero también abrir la puerta a la
vigilancia y pérdida de privacidad. La bioética aquí es concreta: debemos
cuestionar no solo la eficiencia de la tecnología, sino su impacto en nuestra
libertad y identidad.
Redefiniendo la vida y la muerte, mediante la longevidad
radical
El envejecimiento ha sido siempre una certeza universal, una
regla no negociable de la existencia humana. Pero la ciencia moderna está
desafiando esta certeza. Terapias génicas, medicina regenerativa y estudios
sobre telomerasa abren la puerta a una longevidad radical, donde vivir 120 o
incluso 150 años podría ser posible. No se ustedes, pero para mí ,90 años, son
más que suficientes.
¿Es esto una bendición o una maldición?
Imaginemos un mundo donde algunas personas viven décadas más
que otras por acceso a tratamientos avanzados. Las desigualdades sociales se
profundizarían; la brecha entre quienes pueden prolongar su vida y quienes no
podría convertirse en un conflicto ético y político. Daniel Callahan advierte
que la búsqueda de la inmortalidad podría desestabilizar normas sociales
fundamentales, alterando nuestro concepto de justicia, trabajo y legado
generacional.
Más allá de la sociedad, la longevidad radical nos confronta
con preguntas filosóficas esenciales: ¿Qué sentido tiene la vida si los ciclos
de nacimiento y muerte se dilatan indefinidamente? ¿Seguirá teniendo valor cada
experiencia si el tiempo deja de ser finito? La bioética nos obliga a
contemplar no solo lo que podemos hacer, sino lo que debemos hacer.
El laberinto neurotecnológico que nos lleva a estar entre
la mente y la ética
Las tecnologías que permiten modificar la cognición y las
emociones abren otro campo de debate bioético: la mente como territorio ético.
Interfaces cerebro-computadora, fármacos nootrópicos y estimulación cerebral
profunda ofrecen beneficios terapéuticos, desde tratar depresión resistente
hasta mejorar funciones cognitivas, pero también plantean riesgos de
manipulación y control.
¿Qué significa alterar emociones o recuerdos? ¿Podemos
garantizar que los individuos mantengan su identidad y autonomía? ¿Podría la
presión social o laboral convertir estas tecnologías en herramientas de
coerción?
Aquí, la bioética no es abstracta. Es concreta y urgente:
decidir cómo, cuándo y por quién puede ser modificada la mente humana es
decidir sobre la esencia misma de la libertad. La tecnología ofrece milagros,
pero también desafíos éticos inéditos.
Más dilemas de equidad en la salud global
El acceso desigual a tratamientos avanzados no es un tema
hipotético: ya lo vivimos con la distribución de vacunas durante la pandemia de
COVID-19. La bioética del futuro debe abordar cómo garantizar que los
beneficios de la ciencia lleguen a todos, sin importar su ubicación geográfica,
situación económica o género.
Podemos imaginar un escenario: terapias génicas para
enfermedades degenerativas disponibles solo para países con alto PIB. ¿Es ético
permitir que millones queden excluidos mientras unos pocos acceden a una vida
prolongada y saludable? La bioética exige justicia distributiva, recordándonos
que la ciencia sin equidad corre el riesgo de profundizar las desigualdades ya
existentes. A menudo parece que vivimos en un bucle interminable: las castas,
el dinero y el poder siguen concentrados en manos de unos pocos, mientras la
mayoría permanece al margen de los beneficios del progreso. Como decimos en mi país, intentamos todo… ¡Paila!
Contemplar la ética de las pandemias futuras y el impacto de la geoingeniería
La pandemia global nos enseñó que la salud no es un asunto
individual, sino un bien colectivo, un delicado entramado en el que lo que
afecta a uno puede repercutir en todos. La bioética moderna, consciente de
estas interconexiones, contempla no solo la ética de pandemias presentes, sino
también la de pandemias futuras y la llamada geoingeniería de la salud:
intervenciones planificadas en ecosistemas para prevenir brotes, controlar
vectores de enfermedades o incluso modificar condiciones ambientales que faciliten
la propagación de virus.
Pero, como suele decirse, con grandes avances llegan también…
grandes dolores de cabeza. Toda intervención tiene riesgos: alterar un
ecosistema puede producir efectos inesperados, a veces más creativos que
cualquier guion de ciencia ficción. Además, las medidas sanitarias
obligatorias, aunque necesarias, podrían entrar en conflicto con derechos
individuales, generando tensiones entre seguridad y libertad. Imaginemos, por
un momento, una ley que obligue a todos a usar mascarillas inteligentes que
avisen si estamos a punto de estornudar… ¡y luego notifican a nuestros jefes!
La bioética aquí exige precaución, transparencia y diálogo social, equilibrando
la protección de la vida con la preservación de libertades fundamentales.
En última instancia, la pregunta no es solo qué podemos
hacer para proteger la salud global, sino cómo hacerlo sin convertirnos en
protagonistas involuntarios de nuestra propia sátira distópica. A veces no hay tanta diferencia entre ser precavido y ser paranoico, y eso se nota claramente cuando vamos solo a una cita en la EPS, aquí en el país de Macondo.
Para finalizar ciencia y responsabilidad
Cada avance científico es un espejo de nuestra humanidad:
refleja creatividad, curiosidad, pero también nuestra capacidad de error. La
bioética es la brújula que nos permite navegar en este mar de posibilidades,
recordándonos que la ciencia sin ética es como un volador sin ruta:
puede alcanzar alturas impresionantes, pero también estrellarse de manera
catastrófica.
Carl Sagan decía: “La ciencia es más que un cuerpo de
conocimientos; es una manera de pensar.” Aplicar esta forma de pensar
implica cuestionar, anticipar consecuencias y mantener humildad ante la
magnitud de nuestras acciones. No se trata de frenar la innovación, sino de
integrarla con responsabilidad, justicia y respeto por la vida en todas sus formas.
Después de todo, estamos caminando como humanidad sobre un filo muy fino: un
mal cálculo y podríamos terminar convertidos en polvo cósmico, sin siquiera un
pequeño punto azul pálido que nos recuerde que alguna vez existimos… aunque,
pensándolo bien, quizá sería un recuerdo más amable que el saldo controlado y
vigilado de nuestras cuentas bancarias.
Invito a cada uno de
mis estudiantes universitarios, colegas, investigadores o ciudadanos a asumir
este reto. La bioética del futuro no es una disciplina abstracta ni distante:
es la herramienta que nos permitirá vivir la ciencia con conciencia,
sensibilidad y humanidad.
Bibliografía y Cibergrafía
En español:
- Sagan,
C. (1994). El mundo y sus demonios. Editorial Crítica.
- Singer,
P. (2011). Ética práctica. Editorial Crítica.
- Turkle,
S. (2011). Alone Together: Por qué esperamos más de la tecnología y
menos de los demás. Editorial Taurus.
- Callahan,
D. (1995). El sueño problemático de la vida: En busca de una muerte
pacífica. Editorial Gedisa.
- Macrotumia.
(2011). Epistemología: ¿Existe la verdad absoluta? Recuperado de https://macrotumia.blogspot.com/2011/03/epistemologia-existe-la-verdad-absoluta.html
En inglés:
- Harari, Y. N. (2016). Homo Deus: A Brief History of Tomorrow. London: Harvill Secker.
- Sagan, C. (1995). The
Demon-Haunted World: Science as a Candle in the Dark. Random
House.
- Singer, P. (2011). Practical
Ethics. Cambridge University Press.
- Turkle, S. (2011). Alone
Together: Why We Expect More from Technology and Less from Each Other.
Basic Books.
- Callahan, D. (1995). The
Troubled Dream of Life: In Search of a Peaceful Death. Georgetown
University Press.
Cibergrafía:
- National Institutes of Health.
(2023). Synthetic Biology. Recuperado de https://www.nih.gov/
- World Health Organization.
(2022). Ethics and Health Technology. Recuperado de https://www.who.int/
- Nature Reviews Bioethics.
(2023). Emerging Ethical Issues in Biotechnology. Recuperado
de https://www.nature.com/
- UNESCO. (2022). Ethics of
Science and Technology. Recuperado de
https://en.unesco.org/themes/ethics-science-and-technology