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Las Victimas y la reconciliación desde Lévinas

Las victimas y  la reconciliación
desde  Lévinas
 .
Por Giovanni Salazar Valenzuela*

Desde la Revolución francesa, la libertad conduce al pueblo y su conciencia. Entender y comprender los derechos humanos obliga a tomar en cuenta, la historia de cada uno y de todos los seres humanos, las grandezas y las limitaciones de las sociedades en las cuales estos nacen, se prolongan y mueren. De la misma manera que la libertad, la igualdad y la fraternidad han nacido a partir de una emancipación de la monarquía. Igualmente, la reflexión sobre los derechos humanos no puede desdeñar los conflictos armados que han sucedido desde antes y después de la proclamación de los mismos y la constante violación que siguen todavía imperando en varios lugares del orbe, haciendo caso omiso de ellos o simplemente, ignorándolos.

Testigo a su manera de una época de genocidios y masacres, Lévinas ha logrado inmortalizarse por medio de su conciencia. Su filosofía no tiene nada que ver con tesis revisionistas y menos todavía con una apología del súper-hombre. Es en este sentido que el pensamiento de Lévinas llega a ser un humanismo viable para acercarse de manera nueva a los derechos del hombre y de todos los hombres. Lévinas indica pautas para reconocer cuando no se respeta al Otro como Altísimo, al hombre y a la mujer, al apátrida, a la viuda y al huérfano como seres humanos que me mandan. Ser justo es cuando al acercarse al ser humano es necesariamente encontrarse de un momento a otro en la huella del Otro. 
Desde esta concepción, cualquier violación de los Derechos Humanos, genera un derecho a la restauración de las víctimas, de sus familiares y de la sociedad. La restauración, es un derecho individual y colectivo, de carácter integral, ya que equivale a restituir, indemnizar y rehabilitar a las víctimas de la violencia. Para desarrollar esta labor; el trabajo de la reconciliación en Colombia requiere identificar desde las voces de las víctimas, los significados y requerimientos para la urgente e inaplazable reconciliación de los colombianos.

La reconciliación, “Es el proceso por el cual se restablecen las relaciones rotas por el conflicto, mediante la recuperación de la memoria histórica y la memoria de las víctimas, la justicia, la restauración integral de las víctimas y la reconstrucción” La Reconciliación, en su dimensión de verdad, superación de la impunidad, reparación integral y reconstrucción, es el único camino posible para la redención de las víctimas de la violencia, el cierre del ciclo de las violencias y la construcción de una paz estable y duradera en Colombia. La reconciliación, es el elemento terapéutico necesario que eventualmente podrá rehabilitar y sanar las heridas sociales que ha dejado el conflicto armado en Colombia.

En su libro Totalidad e Infinito (TI), Lévinas invita a reconocer Otro (Autrui) como un ser humano en relación con el mundo y con otros seres humanos. La ética viene antes de la filosofía, como la responsabilidad a conocer y a acoger el rostro del Otro pasa antes de la toma de conciencia de consideraciones ontológicas. Otro es la brecha que se abre en el deseo de totalidad y de finitud. Otro es el misterio donde se juega el porvenir del Yo y donde lo invisible se hace presente como careo, es decir cara a cara: Lo absolutamente Otro, es el Otro Para Lévinas, Otro me hace nacer a mi mismo cuando, como extranjero, poniéndose en mi camino, me levanta de mi ser impersonal y me convoca a mi responsabilidad. Esta puesta en duda del sujeto es el punto de nacimiento de la ética:

“Un cuestionamiento del Mismo - que no puede hacerse en la espontaneidad egoísta del Mismo - se efectúa por el Otro. A este cuestionamiento de mi espontaneidad por la presencia del Otro, se llama ética. El extrañamiento del Otro - su irreductibilidad al Yo - a mis pensamientos y a mis posesiones, se lleva a cabo precisamente como un cuestionamiento de mi espontaneidad, como ética. La metafísica, la trascendencia, el recibimiento del Otro por el Mismo, del Otro por Mí, se produce concretamente como el cuestionamiento del Mismo por el Otro, es decir, como la ética que realiza la esencia crítica del saber. Y como la crítica precede el dogmatismo, la metafísica precede la ontología”

De esta manera y gracias al lenguaje, el Otro pasa del estatuto de objeto a conocer al estatuto de rostro a acoger. La revelación del Otro le hace participar de la universalidad. La presencia de su rostro, su expresión, su epifanía, conduce a la defensa de los derechos del Otro y expone la conciencia al sufrimiento. En adelante, el sujeto es un ser-para-el-otro y en consecuencia también perfectamente desnudo.

“El Otro, el libre es también el extranjero. La desnudez de su rostro se prolonga en la desnudez del cuerpo que siente frío y vergüenza de su desnudez [...]. Esta mirada que suplica y exige - que sólo puede suplicar porque exige - privada de todo porque tiene derecho a todo y que se reconoce al dar (como se « cuestionan las cosas al dar »), esa mirada es precisamente la epifanía del rostro como rostro”. En este contexto, podríamos decir que esta mirada urgente del rostro del otro no se puede quedar en el abstracto, debe materializarse en la vida real.

Existen, múltiples razones para la reflexión y la práctica alrededor de la reconciliación. Dentro de estas se pueden señalar:
· El impacto en términos de incremento de la espiral del odio y la venganza, de la persistente presencia de la violencia en sucesivas generaciones, las huellas que deja la violencia y especialmente los conflictos armados, tanto en quienes son objeto de los mismos como en quienes la ejercen.

· La necesidad de verdad, justicia, restauración y reparación de las víctimas de la violencia y de cerrar el ciclo de las violencias y de encontrar rastros, desde una construcción colectiva e incluyente de todos los involucrados y afectados, sobre los requerimientos para la reconciliación.
· La necesidad de perdón y aceptación, de quienes asumieron en forma valerosa, un cambio en su opción de vida y proyección política, dejando las armas para construir desde la civilidad la paz. La necesidad de detener la degradación y la barbarie, propia de los conflictos armados prolongados. La necesidad de trabajar por la reconciliación, aún desde el conflicto armado, y por sus posibilidades en el pos conflicto. Para que la reconciliación pueda ser asumida como dimensión de una paz estable y duradera.

Emmanuel Lévinas continuara diciéndonos: “El rostro, es el modo por el cual el Otro se presenta y expone su « forma », la totalidad de su « contenido ». El rostro no es solamente la imagen plástica del Otro, sino más bien todo lo invisible de su vida, la exterioridad de su interioridad, su trascendencia y su libertad. El rostro testimonia de la presencia del tercero, de toda la humanidad”
En el momento que el sujeto toma conciencia del Otro nace la convicción que el Yo ya no puede escaparse más. La epifanía del rostro es por lo tanto como una puerta que da a la humanidad y que cuestiona la libertad del ser humano. Otro no lastima la libertad humana, sino despierta su responsabilidad. En esta manifestación de Otro, hay una justicia que cuestiona y acusa toda libertad arbitraria y que obliga el Yo a asumir su responsabilidad.

En forma generalizada, la reconciliación ha sido entendida y muchas veces tergiversada como un simple proceso de negociación de paz y de resolución de conflictos armados. También, como perdón y olvidó, materializados en procesos de amnistías e indultos a movimientos insurgentes, que en la mayoría de veces no han asumido su responsabilidad con el rostro del Otro.

Con relación a esta noción divulgada de la reconciliación, se enfatiza que la misma es un concepción restringida, dado que la reconciliación y la reparación no se materializan simplemente con la firma de los acuerdos de paz, y que no puede ser el producto de las condiciones pactadas en un proceso de negociación política entre el Estado y los actores armados. La reconciliación debe consultar necesariamente las voces de las víctimas de la violencia, dado que desconocer estas voces impide cerrar el ciclo de la violencia y construir una paz sólida y duradera.

Ya que el Otro - absolutamente otro - me aborda desde lo alto y se impone como una exigencia que domina la libertad e indica el fin de mis poderes. Es decir, el Otro, desde su miseria y su señorío, manda al Yo como un maestro.En su trascendencia, el Otro no violenta ni lastima la libertad del sujeto, sino la instaura a través de una enseñanza y un lenguaje. En esta relación de hombre a hombre, el existir del Otro enuncia su resistencia - la resistencia ética - y su imprevisibilidad: « no matarás ».

“La libertad consiste en saber que la libertad está en peligro. Pero saber o ser consciente, es tener tiempo para evitar y prevenir el momento de inhumanidad. Este aplazamiento perpetuo de la hora de la traición - ínfima diferencia entre el hombre y el no-hombre - supone el desinterés de la bondad, el deseo de lo absolutamente Otro o la nobleza, la dimensión de la metafísica”La prueba suprema de la libertad no es la muerte sino el sufrimiento. En esta experiencia límite, Otro hace entrar el Yo en el invisible de una libertad interior y le somete a una justicia que juzga y no a un amor que excusa. En la desnudez de su rostro y en su mirada, Otro suplica y exige ser restablecido en sus derechos.

Acercarse al Otro, es encontrarse necesariamente una vez cara a cara con él, cercano y ausente, en su huella. Es preciso tener en cuenta, que la violencia no sólo encuentra su origen en la agresión física, sino en estructuras sociales que generan exclusión, dominio, marginación, injusticia social e imposibilidad de satisfacer necesidades básicas, y en la cultura. Estas dimensiones de la violencia, deben ser tenidas en cuenta dentro de un proceso de reconciliación. Como lo comprende Esperanza Hernández, “la paz y la reconciliación, deben construirse en las estructuras y en la cultura, y no sólo en el alto al fuego o en la mente de los seres humanos. Especialmente, al tener en cuenta no sólo los efectos visibles de la violencia, sino los invisibles, representados en el odio, el deseo de venganza, el trauma de los perdedores y el poder que el triunfo otorga a los vencedores, que a su vez pueden retroalimentar posteriormente el ciclo de la violencia”

En igual sentido, Hernández cita a Hizkias Assefa, el cual, al analizar la resolución de algunos conflictos armados en el África, ha llamado la atención sobre la incidencia negativa del ciclo de las violencias en las posibilidades de construir una paz estable y duradera en los casos como cuando los conflictos se resuelven por la vía armada, dado que las víctimas de ayer se convierten en los victimarios de la toma del poder, y la responsabilidad por los crímenes cometidos sólo se arroja a los perdedores, quienes a su vez perciben la justicia como la justicia de los vencedores. En este caso, el ciclo de violencia no se cierra, ya que los últimos perdedores alimentaran su resentimiento con el deseo de cobrar venganza por las armas.

De igual forma, cuando la terminación de los conflictos armados prolongados se condiciona a sacrificar la necesidad de justicia, en términos de enjuiciamiento y castigo de los responsables de delitos de lesa humanidad o crímenes de guerra. En este contexto, la paz construida sobre el perdón y el olvido, puede posteriormente ser afectada por un nuevo ciclo de violencia, que se genera por el deseo de venganza y el odio de quienes percibieron que el precio de la paz era la impunidad. 
Por lo tanto y en consideración a la experiencia anterior el proceso de reconciliación, requiere tener en cuenta las voces de las victimas de la violencia, a fin de que pueda cerrarse el ciclo de la violencia y construirse una paz sólida, permanente y eficiente. Igualmente, para que la paz sea duradera, debe sustentarse en un proceso de reconciliación, entendido como derecho a la verdad, a la justicia, reparación y a la restauración integral.

El Otro no es la encarnación de Dios, sino que precisamente por su rostro, en el que está descarnado, la manifestación de la altura en la que Dios se revela. Acercarse al Otro es someterse al juicio del pobre, del extranjero, de la viuda y del huérfano y, a la vez, del señor llamado a investir y a justificar mi libertad.La trascendencia no sucede fuera de este mundo, sino dentro de una fecundidad donde Otro es Yo y el Yo se experimenta como ser para el otro. Esta unidad es distancia porque mantiene la pluralidad del Mismo y del Otro.

El rostro es, por sí mismo, visitación y trascendencia. Pero el rostro en su total apertura, puede ser, a la vez, por sí mismo, porque está en la huella de la illeidad [...]. Ser imagen de Dios, no significa ser el ícono de Dios, sino más bien encontrarse en su huella [...] Caminar hacia él, no es seguir esa huella que no es signo; caminar hacia él es ir hacia los Otros (Autres) que se sostienen en la huella de la illeidad. Por esta illeidad, situada más allá de los cálculos y reciprocidades de la economía y del mundo, es por la que el ser tiene un sentido. Sentido que no es una finalidad.
El rostro pone el ser humano en relación con el mundo y le sitúa en el campo de la ética. La trascendencia del Otro no es un concepto axiológico o metafísico. Es la acogida de una distancia y la aceptación de un saber limitado. 

Es la cercanía de una justicia hecho a los seres humanos y la libertad que se deja tocar por el sentimiento de vergüenza. Hablar de derechos humanos entonces, consiste a reconocer los derechos de hombres concretos, limitando siempre a la vez su voluntad libre y protegiéndole de toda violencia.
Los derechos humanos, son ante todo, derechos del otro hombre y constituyen una coyuntura en la que Dios adviene a la idea. Ser Yo en el mundo es siempre tener una responsabilidad de más que los otros. Y ser para-otro designa lo humano en los derechos que una sociedad se da. Los derechos humanos nacen en una historia y requieren tiempo y paciencia. En esta historia humana la apertura desinteresada al Otro trastorna verdaderamente al Yo y lo provoca al universal, es decir al deseo de vivir con y en medio de los otros.

“Sin necesidad de aportar la célebre « prueba de la existencia de Dios », los derechos humanos constituyen una coyuntura en la que Dios adviene a la idea, en la que la noción de trascendencia deja de ser puramente negativa y en la que el « más allá » abusivo de nuestras conversaciones usuales se piensa positivamente a partir del rostro del otro [...]. Sin duda, en rigor filosófico, es importante no pensar los derechos humanos a partir de un Dios desconocido. Pero es posible aproximarse a la idea de Dios partiendo de lo absoluto que se manifiesta en la relación con los demás”

Con Emmanuel Lévinas habitamos en presencia de un pensamiento existencialista y humanista. Fortalecido por sus principios judíos, proyecta de forma inevitable la cuestión del Otro, de su existencia, de su radical diferencia, de su autonomía y de su trascendencia. El hecho de haber vivido tiempos de guerras y presenciar sus nefastas consecuencias, lo implica en desear reciamente hacer florecer la paz en los espíritus y en los corazones. Por haber seguido la orilla de una de las más grandes tragedias del siglo XX, Lévinas hace el elogio de la vida del Otro, de su señoría.

La vida del pobre y del inocente, del desplazado, del oprimido, del agraviado es entonces por excelencia la norma, la ley y el fundamento de cualquier actitud humana. Ella es juez en causa propia y tiene poder de derribar a los poderosos y enaltecer a los humildes, a aquellos que lo han perdido todo, incluyendo su dignidad: los vencidos.

La sanación de sociedades enfermas, requiere, de verdad, justicia y restauración como urgentes medidas terapéuticas, para evitar la eternización del conflicto armado. Esta sanación, no solo tiene una sola dimensión de carácter político-jurídico, sino espiritual, cultural, psicosocial y económica. Por lo anterior debe ser integral y mirar las necesidades de las víctimas.
Responder a las necesidades de las víctimas, es un aspecto esencial dentro de la gama de objetivos de la justicia restaurativa.

Es vital tener en cuenta que muchas de las victimas experimentan fuertes cuadros sintomatológicos, como consecuencia del síndrome de stress postrauma y deben ser atendidas, con responsabilidad y respeto, por parte del Estado y de la sociedad en general, la omisión del Estado ante las necesidades de las víctimas, solo incrementara el sentimiento de impunidad de los vencidos.

Para que exista en verdad justicia restaurativa, el Estado, no solo deberá hablar con elocuencia de la misma, sino, demostrar con actos tangibles, que es capaz de cumplir con sus deberes y obligaciones para con los vencidos. Escuchar las voces de las víctimas, será necesario para encontrar los diferentes significados de la reconciliación. Solamente de esta manera, se podrá iniciar el proceso de sanación social, para un país que se encuentra postrado en cuidados intensivos.

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*Profesor de Filosofía, Bioeticista, Magister en Educación, Productor de Radio y Televisión.