Sócrates

Sócrates, el Filósofo que transformó la historia del pensamiento



Mg. Giovanni A. Salazar V.

Sócrates nació en Atenas alrededor del año 470 a. C., en el seno de una familia que, según los testimonios, pertenecía a la clase media de la polis. Su padre, Sofronisco, era escultor; su madre, Fenáreta, ejercía como comadrona. Esta combinación de oficios ha inspirado, desde la Antigüedad, interpretaciones simbólicas sobre la figura del filósofo: así como su madre ayudaba a dar a luz a los cuerpos, Sócrates, con la palabra y el diálogo, ayudaba a dar a luz a las ideas. De ahí el célebre concepto de mayéutica socrática, entendido como un método para “parir” el conocimiento que cada persona lleva dentro de sí.

El contexto cultural de su tiempo

Los primeros años de la vida de Sócrates coincidieron con el auge de la sofística, una corriente intelectual muy influyente en la Atenas democrática del siglo V a. C. Los sofistas se centraban en el estudio del ser humano, el lenguaje, la política y la retórica, dejando en segundo plano el interés por la naturaleza que había dominado a los primeros filósofos presocráticos. Este cambio de enfoque respondía al momento histórico: Atenas era una ciudad vibrante, en expansión, orgullosa de su democracia y necesitada de ciudadanos capaces de argumentar en los debates públicos y en los tribunales.

En este ambiente, Sócrates se interesó desde joven por las ideas de pensadores como Empédocles, Diógenes de Apolonia y Anaxágoras, quienes todavía exploraban cuestiones cosmológicas y naturales. Sin embargo, pronto se apartó de esas especulaciones físicas y metafísicas para orientar sus reflexiones hacia lo humano: la virtud, la justicia, la verdad y la forma de vivir una vida buena.

Una nueva forma de filosofar

Lo que distinguió a Sócrates de sus contemporáneos fue su método dialógico. En lugar de impartir discursos solemnes o cobrar por enseñar —como hacían los sofistas—, Sócrates conversaba en las plazas, los gimnasios y los mercados con cualquier ciudadano dispuesto a pensar. Su estilo era aparentemente sencillo: hacía preguntas, pedía definiciones, mostraba contradicciones en los razonamientos de su interlocutor y, poco a poco, lo conducía a revisar sus creencias.

Este método no buscaba humillar, sino despertar la conciencia crítica. Sócrates estaba convencido de que la sabiduría no consiste en acumular datos, sino en reconocer la propia ignorancia y emprender la búsqueda de la verdad. De ahí su famosa frase: “Solo sé que nada sé”, que expresa humildad intelectual y a la vez una invitación a no conformarse con las apariencias.

El giro ético de la filosofía

Antes de Sócrates, la mayor parte de la filosofía griega se había ocupado de responder a preguntas sobre la naturaleza del universo: ¿de qué está hecho el cosmos?, ¿cuál es el principio de todas las cosas?, ¿cómo se originó la vida? Sócrates dio un giro radical: colocó al ser humano en el centro de la reflexión filosófica.

Para él, el problema fundamental no era explicar el movimiento de las estrellas o el origen de la materia, sino entender cómo debía vivir el hombre para alcanzar la virtud y la felicidad. Creía que el conocimiento verdadero siempre llevaba a la acción correcta: quien sabe qué es el bien, actúa bien. Por eso, el autoconocimiento —“conócete a ti mismo”— se convirtió en la piedra angular de su filosofía.

Sócrates frente a la polis

Esta forma de filosofar, libre, crítica e incómoda, terminó por atraerle admiración, pero también enemigos. Sócrates cuestionaba las costumbres, denunciaba la arrogancia de los poderosos y obligaba a los ciudadanos a examinarse a sí mismos. Su figura se volvió polémica en una Atenas convulsionada por guerras, cambios políticos y tensiones sociales.

Acusado de corromper a la juventud y de no reconocer a los dioses de la ciudad, fue juzgado y condenado a muerte en el año 399 a. C. Sócrates aceptó la sentencia sin huir, fiel a sus principios de obedecer las leyes de la polis, incluso si eran injustas. Bebió la cicuta con serenidad, convirtiéndose en un mártir del pensamiento crítico y la libertad intelectual.

El legado socrático

Paradójicamente, Sócrates no dejó ningún escrito. Todo lo que sabemos de él proviene de sus discípulos, especialmente Platón y Jenofonte, además de los retratos satíricos de Aristófanes. Sin embargo, su huella fue inmensa. Platón convirtió a Sócrates en protagonista de sus diálogos, inmortalizando su voz y sus enseñanzas. Aristóteles, a su vez, lo reconoció como una de las figuras que marcó el rumbo de la filosofía occidental.

El legado socrático trasciende la Antigüedad. Su defensa del diálogo, de la verdad, de la autocrítica y de la coherencia ética sigue siendo hoy un referente para la educación, la política y la vida cotidiana. Sócrates nos enseñó que la filosofía no es un conjunto de teorías muertas, sino una práctica viva de búsqueda y reflexión que debe ejercerse día a día.



Sócrates: El Intelectualismo moral


Sócrates: La Ironía

Sócrates: El juicio Parte I

Sócrates: El juicio Parte II


Sócrates: sentencia y muerte





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