Cuando pensar distinto no es un obstáculo: la ética de mínimos en bioética y ambiente.




By Mg. Giovanni A. Salazar Valenzuela


Cuando reflexiono con mis estudiantes, siempre les digo que en las últimas décadas, los problemas relacionados con la vida, la dignidad humana y el medio ambiente se han convertido en focos de debate y controversia. El avance científico y tecnológico, junto con las crecientes crisis ambientales, ha hecho evidente que las sociedades modernas son, en esencia, pluralistas, conflictivas y diversas. No existen ya consensos homogéneos ni una autoridad única capaz de zanjar las diferencias; los conflictos emergen de visiones contrapuestas acerca de lo que significa vivir bien, preservar la naturaleza o garantizar los derechos de las generaciones futuras. 

En este contexto, surge la propuesta de la ética de mínimos, entendida como un marco compartido de principios básicos, capaz de orientar acuerdos prácticos entre actores que piensan distinto. Esta ética no pretende imponer valores absolutos, sino ofrecer un piso común de convivencia para enfrentar dilemas bioéticos y conflictos ambientales.

El presente escrito es una invitación a  explorar cómo la ética de mínimos puede servir de guía para la resolución de conflictos en bioética y ambiente, mostrando que los desacuerdos, lejos de ser un obstáculo, pueden convertirse en oportunidades para la deliberación democrática y la construcción de consensos inclusivos.

 

¿Qué significa hablar de ética de mínimos?

Cuando pensamos en ética, solemos imaginar grandes principios morales, ideales elevados o mandatos universales. Pero la ética de mínimos es más sencilla y a la vez más revolucionaria.

La filósofa española Adela Cortina la define como ese conjunto de principios básicos que todos, sin importar ideología, religión o cultura, podemos compartir para convivir en paz. Son “mínimos” porque no buscan imponer una idea única de lo que es la vida buena, sino asegurar un suelo común de justicia, respeto, libertad y responsabilidad sobre el que cada persona y cada comunidad pueda construir su propio proyecto de vida.

El sociólogo Arturo Vallejos Romero lo plantea en otro tono: en sociedades pluralistas como las latinoamericanas, llenas de tensiones, desigualdades y conflictos, los mínimos éticos funcionan como acuerdos austeros y prácticos que nos permiten resolver problemas concretos sin necesidad de un consenso total.

Podemos imaginar la ética de mínimos como la base de una casa: no define la decoración ni los colores de las paredes, pero sí asegura que el edificio no se derrumbe y eso es fundamental.

 

¿Por qué es importante en bioética y ambiente?

La bioética y el medio ambiente son dos escenarios donde los conflictos no solo son inevitables, sino también necesarios para el debate democrático. En estos ámbitos, la ética de mínimos se convierte en un faro imprescindible que nos recuerda cuáles son los valores básicos que no podemos negociar.

Es importante tener presente que no todo es “conflicto”: en bioética diferenciamos entre dilemas, problemas y conflictos, porque cada uno exige un abordaje distinto.

  • En bioética, los avances tecnológicos nos sitúan frente a dilemas inéditos: ¿hasta dónde es legítimo manipular el genoma humano? ¿Es justo que solo algunos tengan acceso a terapias de alto costo? ¿Quién debe tomar la última decisión sobre el final de la vida de un paciente?
  • En el ámbito ambiental, el desarrollo económico suele chocar con la sostenibilidad: ¿qué pesa más, la construcción de una hidroeléctrica que promete energía para millones o el derecho de una comunidad a preservar su territorio ancestral? ¿Cómo respondemos ante un cambio climático que no reconoce fronteras ni privilegios?

En ambos terrenos, la ética de mínimos nos recuerda que, más allá de nuestras diferencias, hay principios que deben sostenerse siempre: la dignidad humana, el respeto por la vida, la justicia social y la corresponsabilidad ambiental.

 

Principios básicos de la ética de mínimos

Para entender la ética de mínimos sin enredarnos demasiado, pensemos en ella como una brújula: no nos dice exactamente por dónde caminar, pero sí nos marca el rumbo básico para no perdernos en medio de los conflictos.

La podemos resumir en cuatro principios muy claros:

-          Participación
Las decisiones que afectan a la gente deben tomarse con la gente, no “sobre” la gente. No basta con informes llenos de tecnicismos: si una comunidad vive al lado de un río, tiene derecho a opinar sobre lo que pasa con ese río.

 

-          Reciprocidad
El clásico: “no le hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti”.
En ambiente significa: no contamines el agua que otra persona necesita para beber.
En bioética: no tomes decisiones médicas por otro sin su consentimiento.
(O sea, no seas ese amigo que se come la última empanada sin preguntar).

 

-          Responsabilidad compartida

Nuestras acciones no se quedan solo en lo individual: lo que hago afecta a los demás y al planeta. Si tiro basura en la calle, no solo me afecta a mí, también al vecino, al barrio y al río que pasa kilómetros más abajo. Es como en clase: si uno habla mientras el profe explica, no se pierde solo él, ¡nos distraemos todos!

-          Satisfacción de necesidades básicas

La libertad no significa nada si no tienes cubiertas las cosas mínimas: salud, alimentación, agua limpia, un ambiente digno. Antes de pensar en drones o en colonizar Marte, deberíamos asegurarnos de que nadie aquí en la Tierra se acueste con hambre.

En resumen: estos mínimos no hacen que desaparezcan las diferencias, pero sí nos dan un idioma común para dialogar. Porque si no podemos ponernos de acuerdo en todo, al menos podemos ponernos de acuerdo en lo básico.

 

Ejemplos de aplicación

Veamos algunos casos concretos donde los mínimos éticos se vuelven una brújula que dialoga directamente con los principios de la bioética:

  • Transgénicos y alimentos naturales

Aquí está en juego el principio de autonomía, porque agricultores y consumidores tienen derecho a decidir qué producen y qué consumen. La ética de mínimos refuerza esta idea al exigir participación y transparencia, es decir, que el Estado regule y la ciencia informe con claridad, pero que las comunidades también puedan opinar y decidir sobre su alimentación.

  • Edición genética

Este es un dilema donde se cruzan la beneficencia (hacer el bien, curar enfermedades) y la justicia (que los beneficios no se queden solo en manos de unos pocos). La ética de mínimos nos recuerda la importancia de la responsabilidad compartida: si se abre la puerta a una tecnología tan poderosa, debe hacerse garantizando la equidad y evitando que se convierta en un privilegio de élites.

  • Minería en territorios indígenas

Aquí chocan el principio de no maleficencia (no causar daño) y el de justicia. No se trata solo de extraer recursos, sino de respetar los derechos humanos, proteger el ambiente y asegurar condiciones de vida digna para las comunidades. La ética de mínimos exige la consulta previa, la reciprocidad (no hacer a otros lo que no querríamos para nosotros) y la satisfacción de necesidades básicas: el desarrollo económico no puede pasar por encima del agua, la salud o la cultura de un pueblo.

En todos estos ejemplos, la ética de mínimos funciona como un “idioma común” que permite dialogar incluso cuando las posiciones parecen irreconciliables. Y lo hace porque conecta directamente con los cuatro grandes principios de la bioética: autonomía, beneficencia, no maleficencia y justicia.

 

El papel del Estado y la sociedad civil

En América Latina, muchas veces los conflictos se concentran en el Estado. Gobiernos que priorizan el crecimiento económico terminan imponiendo proyectos mineros, hidroeléctricos o biotecnológicos sin escuchar a las comunidades. Eso no solo genera tensiones, sino que debilita la confianza en la democracia.

La ética de mínimos invita al Estado a cambiar de rol. Más que un juez que dicta sentencias unilaterales, debe actuar como facilitador y mediador, garantizando que todas las voces tengan cabida. Esto implica:

  • Abrir procesos participativos: mesas de diálogo donde no solo hablen políticos y expertos, sino también campesinos, mujeres, pueblos indígenas y ciudadanos de a pie.
  • Garantizar derechos básicos: asegurar que ninguna decisión deje a un grupo sin acceso a agua, salud o educación.
  • Coordinar, no imponer: el Estado debe supervisar y facilitar, pero reconocer que la sociedad civil también tiene capacidad de proponer y decidir.

 

Por otro lado, la sociedad civil cumple un papel vital. Movimientos sociales, colectivos ambientales, asociaciones de pacientes y comunidades locales se convierten en la voz de quienes no siempre son escuchados. Muchas de las conquistas ambientales y bioéticas han nacido de la presión ciudadana: desde la defensa de territorios indígenas hasta la exigencia de transparencia en investigaciones médicas.

En un escenario ideal, Estado y sociedad civil no deberían enfrentarse, sino complementarse. El Estado como garante del bien común, y la sociedad civil como vigía que recuerda que las decisiones deben estar siempre al servicio de la dignidad y la justicia.

 

Justicia intergeneracional: pensar en quienes aún no han nacido

Uno de los aportes más poderosos de la ética de mínimos es la justicia intergeneracional. No se trata solo de resolver los dilemas actuales, sino de cuidar el futuro de quienes todavía no existen.

La crisis climática nos lo recuerda cada día: si seguimos actuando como si los recursos fueran infinitos, serán nuestros hijos y nietos quienes paguen el precio. Lo mismo ocurre en bioética: manipular el genoma humano sin precaución puede afectar a generaciones enteras.

La justicia intergeneracional implica tres cosas:

  1. No hipotecar el futuro: no podemos agotar recursos naturales o permitir daños irreversibles al ambiente pensando solo en el beneficio inmediato.
  2. Dejar un legado digno: el derecho a un ambiente sano, a la paz y a la igualdad es un mínimo que debemos asegurar para quienes vendrán.
  3. Asumir corresponsabilidad global: lo que hace un país afecta a todos. La contaminación, el cambio climático o el desarrollo de biotecnologías no reconocen fronteras.

Podemos verlo con un ejemplo cercano: cada vez que talamos un bosque amazónico, no solo afecta a quienes viven allí, sino a la humanidad entera. Cada vez que aprobamos una tecnología biomédica sin equidad, no solo marcamos diferencias hoy, sino también en las generaciones futuras.

Pensar en clave de justicia intergeneracional nos obliga a salir del corto plazo y recordar que somos responsables de la vida que aún no ha llegado.

 

Conclusión

La ética de mínimos no es un libro de recetas ni una fórmula que elimina los conflictos. Es más bien un piso común de convivencia, un recordatorio de que, aunque pensemos distinto, podemos compartir valores básicos para enfrentar los dilemas más urgentes de nuestra época.

En bioética y ambiente, los conflictos son inevitables. Pero si los asumimos como oportunidades de aprendizaje y diálogo, dejan de ser obstáculos y se convierten en semillas de cambio.

El rol del Estado, como facilitador, y de la sociedad civil, como vigía y protagonista, resulta clave para que los mínimos se traduzcan en prácticas concretas. Y la justicia intergeneracional nos recuerda que lo que decidimos hoy marcará el futuro de quienes aún no están aquí.

Al final, se trata de una pregunta profundamente humana:


 ¿Qué mínimos estamos dispuestos a defender para que la vida, en todas sus formas, pueda florecer?

Quizás la respuesta no esté en grandes teorías, sino en gestos cotidianos de respeto, solidaridad y cuidado. Y en la convicción de que no necesitamos pensar igual para caminar juntos hacia un mundo más justo, digno y sostenible.

 

Bibliografía en español

  • Cortina, A. (1986). Ética mínima. Introducción a la filosofía práctica. Madrid: Tecnos.
  • Cortina, A. (1994). La ética de la sociedad civil. Madrid: Anaya.
  • Vallejos Romero, A. (2009). Conflictividad y modernidad: una ética de mínimos para la resolución de conflictos. Caderno CRH, 22(57), 601-615.
  • Fisas, V. (2001). Cultura de paz y gestión de conflictos. Barcelona: Icaria/UNESCO.

 

Bibliografía en inglés

  • Habermas, J. (1990). Moral Consciousness and Communicative Action. Cambridge: MIT Press.
  • Beauchamp, T. L., & Childress, J. F. (2019). Principles of Biomedical Ethics. 8th ed. Oxford: Oxford University Press.
  • Singer, P. (2011). Practical Ethics. 3rd ed. Cambridge: Cambridge University Press.

 

Cibergrafía

  • UNESCO. (2005). Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos. Disponible en: https://unesdoc.unesco.org
  • Redalyc. (2009). Conflictividad y modernidad: una ética de mínimos para la resolución de conflictos. Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=347632179012
  • Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). (2023). Informe sobre la brecha de emisiones. Disponible en: https://www.unep.org
  • Organización Mundial de la Salud (OMS). (2021). Ética y gobernanza en la edición genética. Disponible en: https://www.who.int
  • Conflictividad y modernidad. Disponible en: https://www.redalyc.org/pdf/3476/347632179012.pdf

 

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