El super pedagogo que enseñó ética con humor y conciencia
“No hay que tomarse la vida tan en serio, nadie sale vivo de
ella.” — Jaime Garzón
Hablar de Jaime Garzón es hablar del profesor más irreverente y amoroso que tuvo Colombia, un hombre que convirtió la risa en método pedagógico y el sentido común en teoría del conocimiento. En un país donde muchos aprendieron a callar por miedo, Garzón enseñó el valor de pensar en voz alta, de cuestionar sin odio y de creer, aun en medio del desencanto, que educar es un acto de esperanza.
En su voz —a veces disfrazada de Heriberto de la Calle, otras de Godofredo Cínico Caspa— resonaba una lección viva de ética, pedagogía y ternura social. Cada palabra suya era una clase abierta de humanidad.
La risa como conocimiento
Garzón entendió que la risa es una forma de conocimiento,
una vía para descubrir la verdad sin violencia. No se reía para evadir la
realidad, sino para enfrentarla sin miedo. Cada parodia suya era una clase
abierta de ciudadanía. El chiste era la herramienta; la conciencia, el fin.
Cuando Heriberto de la Calle preguntaba con aparente
ingenuidad:
Su humor encajaba con lo que David Ausubel llamó aprendizaje
significativo: conectar lo nuevo con lo que ya sabemos. Garzón conectaba la
ética con lo cotidiano, la política con la humanidad, la teoría con la calle.
Sabía que nadie aprende si no se conmueve; por eso enseñaba riendo, para
que el conocimiento doliera menos y se entendiera más.
La risa, en su sentido más profundo, era una forma de
resistencia cognitiva. Como diría Hugo Assmann, “la educación verdadera
no separa el conocimiento del gozo ni la razón del corazón”. Garzón personificó
esa idea: su risa no anestesiaba, despertaba.
El bufón como maestro: ironía y verdad
Paulo Freire decía que educar es liberar, y Garzón lo
hacía desde los medios de comunicación, simplemente convertía la carcajada en crítica
social. En su pedagogía, la ironía reemplazó al castigo y la curiosidad
sustituyó a la obediencia. No enseñaba desde la autoridad, sino desde la
vulnerabilidad compartida. Era un maestro que se reía con los otros, no de los
otros.
Aprendizaje transformador: cuando el humor cambia el
pensamiento
Era, en esencia, un maestro transformador. No
entregaba respuestas, sembraba dudas. Y toda duda es semilla de libertad.
Desde la neuroeducación, podríamos decir que Garzón
comprendió intuitivamente cómo el humor activa los sistemas cerebrales del
placer, la memoria y la empatía. Reír libera dopamina y serotonina,
neurotransmisores que aumentan la atención y facilitan la consolidación de
recuerdos. Así, la risa no solo hacía pensar, también hacía aprender.
Por eso su enseñanza era tan poderosa, era un aprendizaje
emocionalmente positivo dejaba la huella más profunda, ..mucho más que cualquier sermón o clase
magistral.
Bioética de la risa: cuidar la vida desde el humor
Denunció la injusticia y la corrupción como enfermedades
morales que matan más que las balas. En un país donde la muerte se volvió
paisaje, su risa fue un grito de defensa de la vida.
Hugo Assmann, en Reencantar la educación,
sostiene que educar debe ser un acto de ternura y esperanza que humaniza.
Garzón encarnó esa pedagogía afectiva: enseñó a mirar la realidad con
compasión, a resistir sin odiar, a pensar sin deshumanizar. Su bioética era la
de la calle, la de la solidaridad cotidiana, la del humor que cura el alma
colectiva.
La universidad de la calle
Su programa televisivo era un aula sin muros, un laboratorio
de pensamiento crítico en tiempo real. Cada sketch era una clase de política,
ética y humanidad. Por eso se le puede considerar un educador popular
mediático, un comunicador que hizo de la televisión un instrumento
pedagógico.
Educación del corazón mediante emoción, empatía y ternura
Howard Gardner, con su teoría de las inteligencias
múltiples, habría reconocido en Garzón un genio de la inteligencia
interpersonal y lingüística, sabía leer las emociones colectivas y
devolverlas convertidas en reflexión.
Humberto Maturana, decía que “conocer es un acto de
amor”. Garzón lo practicó. Su pedagogía fue un acto amoroso: reír para sanar,
pensar para cuidar. Fue pionero del aprendizaje socioemocional, décadas
antes de que la neurociencia confirmara que sin emoción no hay aprendizaje
ni ética, ojo esto lo recalco en mis clases de Modelos de Aprendizaje.
Un modelo de aprendizaje humanista
Si tuviéramos que ubicarlo en las corrientes educativas,
Garzón sería:
- Constructivista,
porque partía de la experiencia del pueblo y de la realidad social.
- Humanista,
porque creía en la capacidad del ser humano para transformarse.
- Crítico,
porque su meta no era adaptarse al sistema, sino cuestionarlo.
Lev Vigotsky hablaba de la zona de desarrollo próximo,
ese espacio donde se aprende junto a los otros. Garzón construía ese espacio en
cada diálogo: sus personajes eran mediadores culturales, puentes entre el saber
popular y el saber académico.
Desde la neuropedagogía, su trabajo demuestra que el
humor y la empatía son poderosos facilitadores del aprendizaje ético: activan
la corteza prefrontal —donde se regulan la moral y la toma de decisiones—,
generando no solo conocimiento, sino transformación interior.
Ética, política y educación: un trebol garzoniano
Garzón unió tres fuerzas que la educación tradicional suele mantener separadas: la ética, la política y la pedagogía. Su humor era ético porque defendía la dignidad humana, político porque desafiaba las estructuras del poder, y profundamente pedagógico porque enseñaba sin pretenderlo, transformando la conciencia del país a través de la risa. En él, la coherencia era su mejor lección: su ética no era teórica ni académica, sino una ética vivida, encarnada en el día a día, en la manera de mirar al otro, de escuchar, de denunciar y de servir.
Fue, sin lugar a dudas, un educador público en el sentido más noble del término: alguien que entendió que educar es despertar conciencia en la plaza, en la televisión, en la calle, o en el corazón de la gente común. Enseñó a pensar la realidad nacional con criterio moral pero sin fanatismo, con humor pero sin superficialidad, con crítica pero sin odio. Su palabra era un espejo que nos devolvía la imagen del país, no para condenarlo, sino para inspirarlo a cambiar.
Garzón logró que miles comprendieran que la ética no se estudia: se vive. Que la bioética no es solo un concepto de laboratorio o aula, sino una práctica diaria de cuidado, respeto y coherencia. Su forma de hacer humor fue una verdadera bioética en acción: una ética del cuidado expresada en gestos, carcajadas y personajes que tocaban fibras profundas de humanidad.
Como diría Paulo Freire, “la educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo”. Jaime Garzón fue, sin duda, una de esas personas. Educó con la palabra y con el ejemplo, con la ironía y con la ternura. Su pensamiento sigue siendo una brújula moral en un tiempo donde la información abunda pero la conciencia escasea.
Hoy, en medio del poderoso mundo que se transforma a gran velocidad por la inteligencia artificial y las tecnologías emergentes, su voz resuena con más fuerza que nunca. Nos recuerda que ningún algoritmo podrá reemplazar la empatía, la compasión ni la conciencia ética, porque esas son cualidades profundamente humanas, las mismas que él cultivó desde el humor y la enseñanza.
La risa como resistencia ética
En un país herido por la violencia y marcado por la desconfianza, Jaime Garzón levantó su voz —y su risa— como un acto de resistencia. Su humor no era evasión ni frivolidad: era un antídoto contra el miedo, una forma inteligente y profundamente humana de recordarnos que todavía era posible pensar, sentir y soñar en medio del horror. Reír, en Garzón, no era una simple carcajada; era una declaración ética. Era su manera de decir: “No me van a robar la alegría ni la esperanza”.
Por eso, aunque algunos lo redujeron a un comediante, su verdadera labor fue la de un pedagogo ético. Garzón convirtió la risa en una herramienta de conciencia social: desnudó la corrupción con ironía, expuso el absurdo de la guerra con ternura y nos mostró que el verdadero poder no reside en las armas ni en el dinero, sino en la claridad de la conciencia. En tiempos donde la mentira era la norma, él se atrevió a educar desde la verdad disfrazada de humor.
Y sí, eso también es bioética, aunque a sus detractores les incomode reconocerlo. Porque la bioética, en su sentido más profundo, es el arte de mantener viva la dignidad humana cuando todo invita a perderla. Garzón lo hizo cada vez que nos recordó que reír no era rendirse, sino afirmar la vida. Su pedagogía de la risa nos enseñó que la ética no se impone con sermones ni se aprende en manuales; se inspira con el ejemplo, con la coherencia de quien predica con sus actos.
Una sociedad que aún puede reírse de sí misma, sin cinismo ni odio, todavía tiene posibilidad de sanar. Y un pueblo que ríe con conciencia —que se burla del poder sin odiarlo, que se ríe de su dolor para transformarlo— está aprendiendo el arte más difícil y más urgente, el arte de ser libre.
La última lección fue: pensar es el mayor acto de amor
Garzón no solo nos hizo reír; nos enseñó a pensar riendo, y eso —en tiempos de confusión y cinismo— es quizá el acto más ético y valiente que puede ejercer un ser humano. Su pedagogía no se escribía en pizarras ni en tratados, sino en gestos, personajes y silencios llenos de sentido. Fue un llamado a no acostumbrarse a la injusticia, a mantener el pensamiento despierto, y a recordar que la risa también puede ser una forma de resistencia.
Jaime Garzón comprendió que la educación no se reduce a transmitir contenidos, sino a sembrar conciencia, a despertar en cada persona la capacidad de mirar críticamente su entorno sin perder la ternura. Nos mostró que la bioética empieza cuando dejamos de ser indiferentes, cuando comprendemos que cada vida importa, y que cuidar del otro —con palabras, humor o acciones— es el núcleo mismo de toda ética.
Su legado sigue siendo un faro encendido en medio del ruido y la desesperanza, un recordatorio luminoso de que enseñar es un acto de amor y que reír es una manera profunda de cuidar la esperanza. En cada clase que se dicta con pasión, en cada joven que se atreve a pensar distinto, en cada ciudadano que decide actuar con conciencia, vive el espíritu pedagógico de Jaime Garzón.
“Si los de arriba no educan con el ejemplo, los de abajo
aprenderemos a enseñar con la risa.” — Jaime Garzón
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